Los buenos años de la guerra y los mercados cautivos (1985-1987)

AutorTurid Hagene
Páginas95-124

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Introducción

Este capítulo cubre el periodo que va de 1985 a 1987, es decir, el periodo entre el registro formal de La Esperanza y el colapso de la mayoría de las cooperativas, como consecuencia de la nueva política económica del FSLN en 1988.

Más adelante desarrollo la cuestión de la articulación entre el gobierno-partido y La Esperanza. Con ello, emerge la imagen de una red compleja de instituciones del gobierno-partido que regulaban al sector cooperativo. Numerosas o?cinas controlaron los ingresos y egresos de las cooperativas, al igual que su vida interna en las áreas de suministros, decisiones sobre líneas de producción, precios, salarios, distribución y ventas, membresía, actividades políticas y manejo de con?ictos internos. Una lectura minuciosa del archivo de La Esperanza nos proporcionará ejemplos concretos sobre la existencia y los trabajos de esta red, y en combinación con las historias de las mujeres, aprenderemos algo acerca de cómo ellas la percibían. Sin embargo, en muchos casos las mujeres no recuerdan o no hablan acerca de los muchos detalles cotidianos de la cooperativa durante la década de 1980.

En este capítulo deseo atraer la atención hacia cómo la estructura gubernamental y las o?cinas del partido que rodeaban a las cooperativas pueden entenderse como poseedoras de una doble naturaleza: por un lado concedían favores y por otro demandaban lealtad. Por lo tanto, sugiero que esta combinación es característica de las relaciones de patronazgo y nos proporciona una visión de cómo funcionan las relaciones del mismo. Más aún, las prácticas gubernamentales tenían la ambigua cualidad de combinar inclusión y control social, por lo tanto, encontramos una verdad situada: lo

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que desde afuera percibo como control, desde adentro parece ser experimentado por las mujeres como inclusión social. En lo que se re?ere al funcionamiento cotidiano de la cooperativa veremos a las mujeres de La Esperanza aprendiendo a arreglárselas con múltiples tareas y procedimientos complejos, los cuales parecen haberles dejado poco espacio para tomar sus propias decisiones. De muchas maneras la cooperativa parecía estar comprometida con un trabajo bajo contrato para el gobierno, lo que en Latinoamérica se conoce como maquilado. ¿Cómo reaccionaron las mujeres de La Esperanza ante la masiva estructura de control y apoyo que rodeaba su producción de ropa en la cooperativa? A juzgar por la manera en que dirigían sus operaciones diarias, y también conforme a cómo ellas recuerdan este periodo, éstos fueron los “buenos tiempos”, que no inspiraron mucha resistencia. No obstante, he incluido dos episodios: el asunto de su edi?cio y el de la expulsión de algunos miembros. Estas cuestiones muestran que las mujeres también podían librar una resistencia implícita (y aún abierta) hacia los intentos de ejercer control y autoridad por parte de los actores externos.

Lo que sucedió en estos años debería ser leído con el telón de fondo de la Revolución, la guerra, el embargo estadounidense, la escasez de moneda circulante y de provisiones de todo tipo, el mercado negro, la especulación y la in?ación (Coraggio y Deere 1987; CIERA 1989; Close, 1988; Dijkstra 1992; Ekern (ed.) 1990; Leogrande 1996; Spalding 1987 y 1994; Stahler-Sholk 1989; Walker (ed.) 1985). Aunque mi estudio no tenga el propóstito de emitir juicios sobre las políticas del FSLN como tales, quiero contextualizar ciertas prácticas que ahora pueden parecer absurdas y paranoicas. Mi énfasis recae aquí más en la descripción e interpretación de las prácticas del FSLN, así como en las maneras en que las mujeres de La Esperanza percibieron estas experiencias.

El ambiguo discurso acerca de las cooperativas

Antes de continuar con la presentación de los antecedentes y del material empírico de este capítulo, deseo compartir una re?exión acerca de la maravillosa capacidad del término cooperativa para representar una in?nidad de signi?cados. Una multitud de actores dan diferentes usos a este vocablo, aunque re?riéndose a cosas diferentes. Entre otras se re?rieron a un edi?cio, a una manera de organizarse, a la participación y autonomía, a una unidad de producción, a una organización sin lucro, al trabajo sin explotación, a una forma de propiedad colectiva-aunque-no-propiedad-del-gobierno, a un lugar de trabajo, a un sector económico, a una organización semi-política, y a un grupo de mujeres solidarias. Los actores se comunicaban unos con otros usando el

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término cooperativa como si estuvieran hablando de la misma cosa. La utilización de este vocablo comunicaba un imaginario particular de las cooperativas, una especie de metadeclaración que desde afuera parecía relativamente lejana de las prácticas que he encontrado en el material.

No estoy argumentando que el FSLN tuviese una especie de plan maestro para crear un discurso cooperativista y engañar a la gente. Sin embargo, la red de instituciones, prácticas y declaraciones que rodeaban al sector cooperativo guarda las características de una formación discursiva, creando un campo de posibilidades donde el objeto (la cooperativa) puede surgir en toda su ambigüedad (Foucault 1972; Schaanning 1996). Se puede decir que el discurso cooperativo fue formado en el proceso a través del cual el FSLN intentó hacer frente a la carestía y a la percibida necesidad de control. El discurso permitió a las mujeres de La Esperanza percibir a las cooperativas como un camino mediante el cual el FSLN ayudó al pueblo humilde en su lucha por la sobrevivencia y el mejoramiento. Así, las cooperativas que surgieron en este proceso estuvieron reñidas con, por lo menos, uno de los principios del cooperativismo clásico, es decir, con aquel de la membresía voluntaria (FECANIC 1982; CECCOOP 1983). Esto no quiere decir que la gente fuera forzada a unirse a las cooperativas, aunque un productor de la pequeña industria que rehusara hacerlo, muy pronto estaría fuera de los negocios.

Por otro lado, no existe un estándar internacional para determinar lo que abarca el término cooperativa1(Fals Borda 1971). Tanto en Nicaragua como internacionalmente, existen cooperativas en una in?nidad de campos diferentes: de consumo, de ahorro y crédito, de servicios, agrícolas, industriales y artesanales, de transporte, de pesca, de sal y de vivienda, sólo por mencionar algunas (Pereira 1982; CCC-CA 1994). De acuerdo con Pereira (1982), algunas cooperativas de consumo habían sido ya formadas en Nicaragua después de 1926, y unas pocas cooperativas de crédito y ahorro fueron organizadas en los albores de la Alianza para el Progreso. Antes del Triunfo de 1979, las cooperativas de crédito habían adquirido una cierta importancia en toda el área de Centroamérica. Además, las cooperativas de producción como La Esperanza, aunque nacieron con la Revolución no representaron más del 6 por ciento de la fuerza de trabajo de la pequeña industria, no obstante en la producción de indumentaria alcanzaron hasta 15 por ciento de la fuerza de trabajo (Laenen 1988: 159). Considero que el imaginario sobre la participación y autonomía de los trabajadores pertenecientes al discurso cooperativo, se debe en gran medida a la existencia de las cooperativas de producción, en particular a las cooperativas de mujeres. Éstas transmiten una imagen de mujeres trabajadoras obteniendo independencia tanto de sus esposos

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como del capital. Las mujeres de La Esperanza, aunque eran pocas en número y representaban a un grupo relativamente pequeño —menos de 1 300 estaban organizadas en cooperativas de producción textil en 1985 (Laenen 1988)—, encarnaron un imaginario de la participación popular de la mujer mediada por el ambiguo discurso cooperativo. Este capítulo examina algunos de los complejos procesos que encubría dicho discurso.

Antecedentes

A partir de 1985, con la toma de posesión de Ronald Reagan como Presidente de los Estados Unidos de América, hubo una creciente agresión estadounidense contra Nicaragua, tanto militar como económica. Justo después de que La Esperanza fuera fun dada (en 1983), el gobierno nicaragüense introdujo el servicio militar obligatorio (SMP).2La guerra no fue combatida en el distrito donde se ubica San Juan, pero los hijos y los esposos de las mujeres de La Esperanza fueron movilizados dentro del servicio militar y enviados a las zonas de guerra. Entre los miembros de La Esperanza, los hombres y algunas mujeres fueron movilizados a la reserva militar o a prácticas breves organizadas por el ejército sandinista.3Al respecto, podemos decir que la guerra fue expe rimentada como una amenaza concreta hacia los miembros de la cooperativa.

Sin embargo, los años de guerra fueron a la vez los mejores económicamente en la historia de La Esperanza. La situación económica de las cooperativas de crédito y servicio en la región fue incluso mejor, según uno de los personajes principales de la época.4Los tres años que abarca este capítulo se caracterizan por los mejores resultados ?nancieros para los miembros de La Esperanza, pues el salario promedio5 oscilaba entre 2 055 y 3 192 dólares anuales. Ello estaba muy por encima de los ingresos de cualquier otro año, los cuales oscilaban de 274 (en 1990) a 1 206 dólares (en 1995) por año (ver tabla 1, Apéndice IV). Por otro lado, los expedientes de la correspondencia de La Esperanza durante estos años nos transmiten el claro retrato

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de una sociedad en carestía. De entre todas las cartas que la cooperativa envió, predomina una categoría durante estos años: solicitudes a nombre de los miembros en las que querían...

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