Patrones celestiales y terrenales

AutorTurid Hagene
Páginas213-250

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Introducción

El objetivo principal de este capítulo consiste en ofrecer un planteamiento empírico y teórico para comprender cómo fue que las mujeres de La Esperanza abandonaron el manejo de la cooperativa como empresa de exportación. En primer término, expondré su desarrollo económico, y argumentó que parecían tener el conocimiento necesario para manejar el taller, ya que durante algún tiempo, los resultados económicos parecieron satisfactorios. En segundo lugar, examinaré sus prácticas religiosas para asomarnos a la forma en que comprendían el funcionamiento de su mundo, así como el lugar que ocupaban en él. Con tal propósito, presentaré, en la tercera parte, algunos aportes teóricos provenientes de los campos de la socio logía del conocimiento y de la religión, así como de la antropología fenomenológica. Discutiré conceptos tales como visión del mundo y mundo de la vida (Lebenswelt), valorando su utilidad para interpretar el material presentado. Mi propuesta es que estos conceptos se vinculen a distintos niveles de análisis: el de la sociedad y el del sujeto. En este capítulo enfocaré la presentación y el análisis del material en el nivel del sujeto. No obstante, también apuntaré hacia las implicaciones de mi exploración para el estudio del cambio social.

Conocimiento, agencia y el funcionamiento del universo

En el1 transcurso de su experiencia con la cooperativa, las mujeres fueron objeto de múltiples capacitaciones. Diversas organizaciones facilitaron su participación en los

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cursos. Aprendieron sobre cooperativas, relaciones humanas; cómo elaborar minutas, organizar reuniones; cómo llevar la contabilidad, pagar impuestos y preparar informes para presentarlos a las autoridades. También aprendieron sobre la compra de materiales, a calcular precios, a hacer control de calidad, a reparar y darle mantenimiento a las máquinas de coser; aprendieron sobre diseño, creación de patrones, corte, bordado, así como a organizar la producción de una línea de montaje. Algunas mujeres de La Esperanza estaban más dispuestas que otras a bene?ciarse con estos cursos. Aunque las reuniones anuales incluyeran en su programa elecciones para distintos cargos, se podría decir que en el transcurso de los años algunas mujeres se especializaron en ciertas áreas. Entre ellas, y con la colaboración de Israel como administrador/contador, tenían los conocimientos necesarios para manejar la cooperativa como empresa de exportación; como lo demuestra el hecho de que manejaran La Esperanza solas, sin asistencia técnica o ?nanciera durante 1995 y varios meses de 1996. Muchas de ellas me dijeron con orgullo cuánto habían aprendido de los cursos de capacitación y de la experiencia; las tareas que enfrentaron equivalían a las de una fábrica grande, y entre las diez se las habían arreglado.

En años más recientes, habían hecho planes para invertir en el desarrollo de nuevos diseños, y para promover sus productos a escala nacional e internacional. También presupuestaron los gastos para comunicarse con sus clientes en el extranjero. Sin embargo, en el curso de 1995 dejaron de efectuar todos estos movimientos, y como lo indiqué en el capítulo seis, la imposibilidad de ?nanciar su participación en la feria de Berlín en 1996 se per?ló como un punto decisivo. La tarea para obtener este ?nanciamiento quedó, no obstante, en manos de Tatiana, quien se suponía iba a viajar ese año. Ni ella ni las otras mujeres se acercaron a Noelia para que las aconsejara o las ayudara en ese respecto; tampoco ella ofreció su asistencia, a pesar de que había podido obtener el ?nanciamiento para este propósito en años anteriores. El manejo de este asunto indica que la participación en la feria de Berlín no se consideró como una tarea colectiva de mayor importancia para todo el grupo, o al menos, más importante que los con?ictos entre sus miembros.

Hacia ?nales de abril de 1996 las mujeres de La Esperanza al parecer habían decidido vender el edi?cio en que se desplegaba la producción, lo cual implicaba que habían desistido de exportar. Parece razonable deducir lo anterior a partir de que convocaron a una asamblea extraordinaria para hablar de la transformación del estatus jurídico de La Esperanza,2a saber, de cooperativa a corporación. Esmeralda me dijo que se trataba de un movimiento necesario para que las mujeres conservaran el ingreso de las ventas del edi?cio, para no tener que ceder 75 por ciento al

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Estado.3En distintas ocasiones, cuando le pregunté a las mujeres —en grupo o de manera individual— qué había pasado para que dejaran de funcionar como una empresa de exportación, la respuesta invariablemente fue que habían perdido clientes y que faltaba ?nanciamiento. Noelia también mencionó en una ocasión que “ya estaban aburridas de la manta”. Este comentario podría indicar que las mujeres se sentían desalentadas porque ya no les gustaban sus productos, lo cual podría ser cierto. Por otra parte, posteriormente comenzaron la producción de delantales para clavos y otras cosas semejantes para el contratista estadounidense, Don Jack, lo cual difícilmente se podría percibir como más satisfactorio. Pero, ¿qué de la “falta de ?nanciamiento y de clientes”?

Como lo mencioné anteriormente, había una serie de actividades en las que se ocupaban para conseguir clientes extranjeros. En la época de NORAD de 1990 a 1994, las mujeres de La Esperanza realizaron todas estas actividades, presentaron sus proyectos y presupuestos a NORAD, y consiguieron algún ?nanciamiento. Tal vez hubiese sido imposible para ellas continuar con su empresa de exportación, pero hay que puntualizar que al poco tiempo de que terminó su relación con NORAD, también suspendieron la planeación, la elaboración de presupuestos, así como las actividades para localizar y conservar clientes extranjeros. Como Tatiana dijo, “Mi responsabilidad era hacer planes de inversión, no invertir”.4Como yo lo veo, la interrupción de estas actividades fue lo que provocó la pérdida de clientes y de pedidos.

Su énfasis en la falta de ?nanciamiento me recuerda un episodio en otra cooperativa, la Lupita Carney, al Norte de Nicaragua. La visité en 1989, y me mostraron orgullosamente su local, con equipo para hacer cerámica y producir mermelada, la cual se vendía en recipientes fabricados por ellas mismas. Las cooperativistas me aseguraron que no tenían ningún problema para vender sus productos, ni para conseguir el precio que pedían por ellos. Entonces pregunté por qué no estaban produciendo nada en ese momento, y me dijeron que no había dinero para comprar materias primas. ¡No había ?nanciamiento! Creo que esto indica que las mujeres no se concebían a sí mismas como el proveedor original del bien que necesitaban. Las mujeres de La Esperanza invertían en la promoción de sus productos cuando alguien pagaba por ello, y elaboraban proyectos y presupuestos cuando alguien lo pedía; por lo visto ellas sabían hacer todas estas cosas, pero ¿qué signi?cado tenían estas actividades para ellas?, ¿hasta qué punto percibían los resultados de sus actividades como algo que ellas habían producido, como el resultado de sus propias acciones? La institución del patronazgo proporciona otra forma para dotar de sentido a estas experiencias.

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La idea del presente estudio se me ocurrió conforme recapacité sobre este problema, al recordar cómo se habían dirigido las mujeres al Santísimo,5solicitando salud y trabajo. En los seis meses que pasé con ellas entre 1997 y 1998 me enteré que había un día llamado jueves Santísimo. Un jueves, cuando Eduarda y yo salíamos de la cooperativa, me preguntó si quería ir con ella a la iglesia. Antes de entrar, se persignó, después se arrodilló en uno de los reclinatorios y le rezó al símbolo del Santísimo, un objeto en forma de sol metálico que según Eduarda representa el misterio de la Trinidad. En esa misma época la familia del marido de Patricia también me invitó, y observé cómo le “pagaban” su promesa al Jesús del Rescate,6después de que este santo había curado a un niño enfermo. Se me ocurrió que los problemas abordados por ellas en el contexto de la actividad religiosa eran lo que podríamos llamar problemas mundanos. Después, lo que me llamó la atención fue la forma en que habían realizado actos de veneración y complacencia, para lograr que el poderoso ser cumpliera sus deseos. Toda la idea de cumplir una promesa después de recibir ayuda se me impuso de repente como un equivalente a la manera en que las mujeres percibieron el manejo de la cooperativa: ellas habían aprendido a efectuar todas las operaciones, pero las realizaban sólo cuando se trataba de un requisito y a cambio de la protección de un patrón. Entonces, se me ocurrió la hipótesis de que el patronazgo podría ser un concepto útil para explorar la forma en que las mujeres percibían su mundo, a sí mismas y a su cooperativa. Además, me inspiré en el trabajo de Foster, el cual se basa en estudios sobre el México de los años sesenta. Foster aportó abundante material y análisis sobre la función del patronazgo y la forma en que se podrían estudiar las prácticas religiosas

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—mismas que describió con detalle desde el punto de vista etnográ?co— para elucidar el funcionamiento de esta institución. También destaca su análisis de lo que él llamó la orientación cognitiva del bien limitado, un punto de vista que entraña una escasez de recursos controlados por los patrones. En la tercera parte de este capítulo señalaré cómo converge y en qué diverge mi estudio del de Foster; en este momento sólo me limito a reconocer mi deuda con su original propuesta.

Las mujeres hacen referencia, aunque sin mucha elaboración, a las prácticas religiosas en sus relatos de vida, mismas que se expondrán en los capítulos...

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