Azucena

AutorTurid Hagene
Páginas359-381

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Azucena nació en 1950 en el campo, a bastante distancia de San Juan, la ciudad donde se fue a vivir con su segundo esposo. Después de separarse de éste, siguió en la casa donde aún vivía en 1997 con dos hijas y un nieto.

Cuando era muy joven, había aprendido bordado en Granada. En San Juan, antes del Triunfo, solía trabajar en Trajes S. A., por lo que también fue invitada a unirse a La Esperanza; explícitamente ella no era sandinista y tampoco estaba interesada en la cooperativa como tal —un tema acerca del cual fue bastante rotunda en una primera entrevista realizada en febrero de 1997, a partir de la cual yo la cito aquí—. Azucena nunca había querido ocupar ningún puesto directivo en la cooperativa. Sólo quería trabajar y mantenerse a sí misma y a sus hijos, lo que había sido un tema de con?icto con su esposo. Su historia se desarrolla en la tensión entre depender de sí misma, del Santísimo y de su trabajo, así como las relaciones y la manutención por parte de su esposo. Asimismo, expone su razonamiento acerca de la diferencia que había entre el hecho de que su marido tuviera relaciones con varias mujeres y el que cohabitara con otra mujer en particular; elaborando también en su discurso la relación que hay entre la in?delidad masculina y la violencia intrafamiliar. En la entrevista sobre su relato de vida, ella no abordó este tópico, pero en este capítulo he incluido fragmentos de lo que me contó al respecto.

Para mí, la cosa más importante era trabajar

Yo le pedí a Azucena que me dijera cuáles eran los elementos más importantes a incluir en la historia de su vida.

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A: La cosa más importante para mí, es trabajar. T: ¿Desde qué edad estás trabajando?

A: Desde los doce años.

Ella había querido aprender bordado, y la enseñó una amiga en Granada, gratis, como Azucena subrayó. Había abandonado la escuela a los diez u once años de edad porque se fue a trabajar a Costa Rica con un tío en su restaurante, antes de que aprendiera a bordar. Ella recordó que, incluso, recibió propina debajo de los manteles. Por cerca de dos años disfrutó mucho este trabajo. Entonces, a la edad de trece o catorce comenzó a trabajar en los bordados en Granada.

T: Entonces, ¿tú naciste en Granada?

A: No, yo nací en Nandaime, en la ?nca que teníamos.

T: ¿Quién es propietario de la ?nca?

A: Mi madre. Nosotros tenemos esta ?nca, El Arroyo.

T: O sea, ¿también es de ustedes?

A: Pues sí, por supuesto. Pero no me gusta el ambiente del monte, a mí no me gusta el campo. No sé, me pone triste, jamás me gustó.

Azucena explicó que después de que vio cómo era la ciudad, nunca más le gustó el campo de nuevo. En Granada vivió con una tía, pero al cabo de un rato conoció al padre de sus chavalos (niños).

Conocí al padre de mis niños

Así que yo le pregunté dónde conoció a este hombre.

A: En Granada, desafortunadamente. Él trabajaba cerca del lugar donde yo vivía.

T: ¿Cuál era su trabajo?

A: Él es chofer.

T: ¿Chofer?

A: Sí, era el chofer de un teniente, no estoy segura quién, él trabajaba para él, y así es como me ajunté (me uní con él); y cuando miré, ya estaba yo aquí, y aquí me quedé.

T: ¿Tú no te diste cuenta de cómo llegaste aquí?

A: Mire, qué locura, ¿verdad? venir aquí desde Granada, y ahora ya estoy tan acostumbrada a esto, que me quedaré aquí para siempre.

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Por causa de este hombre, Azucena dejó Granada, y aunque ya no vive con él, ahora ella ha hecho su vida en San Juan y, al re?exionar sobre esto, considera que siempre permanecerá ahí.

Antes de eso me casé con otro hombre

A: La cosa es, que no fue sólo él, Turid.

T: Uhuh.

A: No, mira, me casé con otro hombre. El padre de la niña que tengo, la mayor, nosotros nos casamos por lo civil y eclesiástico.

T: Ahá, las dos formas.

A: Sí. Con quien no me casé fue el padre de estos otros niños.

T: ¿No te casaste con él?

A: No, pero con el primero lo hice.

T: ¿Y quién era?

A: Paul de la Rocha, de Granada.

T: ¿A qué edad fue eso?

A: No sé, yo debo haber tenido, eso fue después, o sea, ah, ¿cómo puedo acordarme?, ¿cómo hacer para recordar eso? Ay, no recuerdo, pero...

Con la ayuda de algunos cálculos, llegamos a la conclusión de que ella debió haberse casado cuando tenía cerca de 23 años de edad.

A: Yo no duré con ese hombre, fue un año, y ahí nomás lo dejé.

T: ¿Sólo un año?

A: Un año, y lo dejé. Sandra Elisa justo acababa de nacer, e inmediatamente lo dejé. T: ¿Y por qué?, ¿tú lo dejaste?

A: Yo lo dejé, me aburrí.

Azucena repitió varias veces que se aburrió de él; como ya he apuntado ante-riormente, la repetición es una de las estrategias de la narración oral que funciona como medio para subrayar un punto en la historia.

  1. Mira, él era muy celoso, incluso de mi sombra, ¡imagínate!, ¡celoso conmigo! Ni que me hubiera tenido en un nichito. Justo como una virgen, ¡qué locura!

Este hombre no le permitió trabajar; ella sólo cuidaba de él. Él trabajaba en una tienda de zapatos y ambos vivían de sus ingresos.

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A: Sí, porque, ?gúrese que yo vivía de eso. Él traía todo, todo, yo no carecí de nada.

T: Así que, entonces, ¿tú estabas en la casa todo el día?

A: Sí, mire, inmediatamente quedé embarazada, entonces yo no podía... tenía dolores de cabeza terribles y sufrí mucho durante ese embarazo. Yo sólo hacía la comida, atendía la casa y eso es todo. Pero me cansé de eso, no me gustaba.

T: Entonces, ¿qué le dijiste al hombre?

A: Nada. Cuando miré, ya estaba en mi casa. Yo lo dejé, estaba aburrida.

T: ¿Así nada mas?

A: Sí, mira, muchos problemas, muchos, ay no, ¡una vida en el in?erno! Con un hombre que es tan celoso, ¡qué vida tan amarga! A mí me gusta moverme por aquí y por allí, sin que nadie me esté deteniendo.

Azucena recordó que él acostumbraba ponerse violento, odioso, y que también bebía mucho, y a ella no le gustaba la gente que se emborrachaba. Cuando él estaba celoso, solía quejarse mucho, ponerse violento y le daba a ella “una vida de in?erno”.

T: ¿También te golpeaba?

A: Pues, ahí nos dábamos una buena maleteada, pero...

T: ¿Ustedes peleaban?

A: Sí.

T: ¿Ambos?, ¿tú lo golpeabas?

A: Pues, yo no me dejo. Ese hombre era un demonio, por eso es que no lo aguanté. Rápidamente, justo después de un año, lo dejé.

Aunque el hombre la golpeaba, Azucena no se victimizó; señaló que ambos peleaban, que ella no recibía golpes sin oponer resistencia. Y su solución ?nal fue dejarlo. Ella se fue donde su madre —dijo, utilizando una expresión que comúnmente es usada en lugar de decir “fui con mis padres”—. Sus padres habían vivido siempre juntos, y en aquella época tenían una ?nca cerca de Jinotepe. Así que tomó a su bebé y fue con su madre, donde dejó a su pequeña hija.

Dejé a la niña con mi madre

A: Yo volví sola a Granada porque dejé a la niña con mi madre, y ella la crió hasta que estuvo grande.

T: ¿Eso es muy común en Nicaragua?

A: Sí.

T: ¿Tú has criado a algún hijo de tus hijas?

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A: No, ni uno. Sólo que, a veces, yo me encargo del cabrito, que es el que acaba de entrar aquí.

T: ¿De visita?

A: No, ellos viven conmigo. Yo no vivo sola: ambos están viviendo conmigo.

Azucena no dio más detalles acerca de este tema de haber dejado a su hija con la abuela. Más adelante en su relato resulta que una de sus hijas también había dejado a su hijo con la abuela —es decir, con la suegra de la hija de Azucena—, lo cual tampoco ocasionó otro comentario más allá de esto. Sin embargo, en los relatos de vida de aquellos entrevistados, que fueron dejados con abuelas o tías, fue subrayado el trauma que esto implicó. Por otro lado, Azucena tampoco destacó la importancia de sus hijos en su vida, ni los posibles problemas —para sí misma o para ellos— de dejarlos con otras personas. Esto se parece a su actitud respecto a ser dejada por un hombre: lo que sucedió, sucedió. Y éstos son los hechos de la vida.

Pronto conocí a este otro hombre

Entonces Azucena estuvo de vuelta en Granada, trabajando, pero pronto conoció a este hombre de San Juan.

T: ¿Qué te gustó de él?

A: Pues, no sé, ¡porque incluso es feo, Turid!

T: ¿Él es feo?

A: Yo no sé por qué me gustó. Quizás, a la larga, por lo cascabel que es.1Ese tipo es muy araña, muy bandido,2yo no sé qué es.

T: ¿Él siempre era así?

A: Solía serlo, pero no ahora. Ahora parece dundo. Ahora no parece el mismo hombre, tan vivo, tan chispa.

T: ¿Te gustó que él fuera chispa?

A: Pues a la larga eso es, Turid. Yo dijera que fue la razón.

Pensando en retrospectiva, ella no se enfocó en la apariencia ni en el dinero del hombre, sino en sus maneras o modos de ser, en su agilidad de pensamiento, de pa-

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labra y de acción, y para ilustrar esto utilizó metáforas de animales como víboras de cascabel y arañas, que serían más conocidos por sus habilidades que por su belleza.

T: ¿Y entonces tú viniste a San Juan, y aquí te quedaste?

A: Sí. Entonces le tuve los otros niños y ellos se quedaron conmigo. T: ¿Cuántos hijos tuviste con él?

A: Tres con él. Con el otro una, sólo tuve una, esa fue Sandra Elisa. T: Ah, sí ¿cuatro son su?cientes?

A: Fue una gran tarea, grande, demasiado grande, Turid.

De nueva cuenta, Azucena aludió indirectamente a la hija que había dejado con su madre, señalando ahora que los tres hijos que después tuvo permanecieron con ella y, también, resaltando que tener cuatro hijos constituyó una tarea demasiado grande para ella.

La cooperativa

Durante la entrevista sobre su historia de vida Azucena no hizo ninguna referencia especí?ca a la organización cooperativa. Sin embargo, nosotras ya habíamos discutido este asunto en una entrevista...

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