Negociando el patriarcado

AutorTurid Hagene
Páginas383-444

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Introducción

En este capítulo estableceré cinco puntos principales: Primero, que las mujeres de La Esperanza, por lo general, no vivieron bajo condiciones de patriarcado clásico. Segundo, ellas dependían materialmente de sus esposos sólo en una medida limitada; o más bien, a la inversa. Tercero, que experimentaron dependencia emocional en un grado considerable hacia sus parejas, una dependencia a la que los hombres contribuyeron mediante el hecho de construirse como un “bien limitado”.1

Cuarto, que esto se obtuvo mediante arreglos de vida poli-monogámicos, en los cuales las mujeres cooperaron. Quinto, que la dependencia emocional de las mujeres jugó un papel central en la producción y reproducción de su propia subordinación.

Los arreglos de vida —que también son caracterizados como patriarcado afrocaribeño— otorgan cierta autonomía a las mujeres, así como una carga de trabajo y de responsabilidades que, para ?nes prácticos, vuelven super?uo al patriarca. Sin embargo, para ?nes emocionales las mujeres compiten por este “bien limitado” y, en el proceso de negociación, cooperan en la creación de las relaciones patriarcales y de patronazgo. Por eso, combino un análisis del patronazgo y el patriarcado con un análisis foucaultiano del poder, argumentado que, al perseguir sus propios intereses, las mujeres cooperaron a su vez a socavarlos. La práctica familiar de la poli-monogamia2

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y de la castidad femenina como sello de una “buena mujer”, ocupan un lugar central en el funcionamiento de este orden de género.

Durante los diversos periodos de mi trabajo de campo, cuando las mujeres de La Esperanza aún seguían cosiendo en el edi?cio de la cooperativa y yo consultaba los archivos en su o?cina, venían y se sentaban conmigo por un rato, leían el horóscopo en mi periódico y platicaban conmigo. En situaciones informales como éstas, las mu-jeres controlaban los temas de conversación. Las más de las veces sacaban a colación los problemas que experimentaban con sus parejas, principalmente los referidos al abandono de sus esposos, o que estaban viendo a otras mujeres o bien su preocupación acerca de si regresarían o no. Una variación sobre este tema fue aquella donde la forma en que el hombre bebía constituía un problema: algunas mujeres hablaron de la violencia de sus esposos y de la pretensión de éstos de limitar sus movimientos y controlarlas. Hubo también varios con?ictos al interior de la cooperativa que tuvieron su origen en la competencia por hombres, y con?ictos producidos en torno a la castidad. En los cuatro relatos de vida presentados, hemos visto que sus arreglos de vida son bastante diferentes: una es casada, otra es viuda, una más fue abandonada y la última vive en una “unión por visitas”.3Las diferencias podrían ser mucho más acentuadas si hubiésemos incluido sus cambios a través del tiempo, y ampliado lo aquí referido al total de las diez mujeres. Lo que las unía, más que nada, era la preocupación por el aspecto emocional de sus uniones o por la falta de éstas; a la vez, este aspecto las dividió, dado que los con?ictos por hombres, en una forma u otra, ocasionaron que algunas mujeres se rehusaran a hablar con otras.

Quería averiguar si las mujeres veían en la experiencia cooperativista implicaciones en lo referente a sus identidades como mujeres y sus relaciones de género. Esta agenda de investigación encajaba muy bien con las preocupaciones de unas pocas mujeres. La historia de Tatiana nos proporciona un ejemplo de esto. Vigorosamente, ella demostró que su experiencia cooperativista constituyó una alternativa bienvenida ante su vida-con?nada-al-hogar bajo la tutela de su esposo, y cómo su participación en la cooperativa fue la base para que desarrollara su autoestima. Al mismo tiempo, sus experiencias fueron ambiguas: desarrolló orgullo y seguridad en sí misma en el desempeño de su trabajo y sus negocios, pero también con?icto y pérdida en su vida amorosa, en parte como consecuencia de su involucramiento en la cooperativa. En la vida de Tatiana, la cooperativa fue el sitio de todas estas experiencias contradictorias y su relato hace resaltar claramente las formas en que los diferentes aspectos de su vida fueron entretejidos, vividos como una sola vida sin cortes tajantes entre trabajo y hogar, entre lo público y

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lo privado. Otras mujeres expresaron menos interés, o al menos fueron menos explícitas tanto acerca de las ventajas de la cooperativa como espacio de desarrollo personal, como acerca de los con?ictos que, en consecuencia, tuvieron con sus esposos. Muchas de las mujeres se enfocaron en su miedo o tristeza a ser traicionadas, en sus anhelos de amor y acompañamiento, o en conformarse con lo que pensaban que podían tener, aunque no correspondiera con sus anhelos. Pero también Tatiana, después de que murió su esposo, mostró una considerable preocupación acerca de sí y de cómo podría satisfacer su añoranza de una relación amorosa. De esta manera, el aspecto emocional de las relaciones de género emergió como un asunto que era necesario estudiar; tarea que realizo en este capítulo, desarrollando la idea de que la dependencia emocional de las mujeres hacia sus parejas constituyó un fuerza motriz en su subordinación de género.

La literatura sobre las cooperativas de la pequeña industria en Nicaragua —limitada como es— sugiere que las cooperativas de mujeres representan una manera de evadir la resistencia hacia la organización feminista en las comunidades locales, y sin embargo, ofrecen una combinación de bene?cios sociales y económicos, así como cambios en las relaciones de género (Mayoux 1993 y 1992). El mensaje implícito es que las mujeres tenían esposos y no habían trabajado previamente fuera del hogar; se creía que vivían en familias patriarcales. Su trabajo cooperativista fue entendido como una forma de proporcionarles independencia económica o “empoderamiento”. Sin embargo, el ingreso generado con el trabajo no era nuevo para las mujeres de San Juan: en el censo de 1883, 10 por ciento de las mujeres en San Juan, fueron registradas con profesiones que generaron ingresos.4En la literatura frecuentemente se
presupone que es un varón el sostén de la familia; sin embargo, sugiero que la existencia de este varón y el sostenimiento familiar necesitan ser investigados. En un estudio de una comunidad agrícola en el suroeste de Nicaragua, Montoya (1996) muestra cómo incluso un inofensivo colectivo de cultivos vegetales que tenían las mu jeres fue percibido como amenazante para los esposos que, en realidad, estaban presentes y que, por lo general, mantenían a sus familias. Según se dice, se resistieron tanto a la libertad de movimiento de las mujeres como a la subversión de la prerrogativa económica atribuida a ellos. Por otro lado, otros estudios concluyen, en lo general, que con frecuencia los hombres contribuyen muy poco con los gastos de manutención de la familia (Johansson 1999; Mulinari 1995). Más adelante veremos cuál era la situación de las mujeres de La Esperanza.

En Molyneux (1984) encontramos una aproximación diferente a la problemática en su conjunto. Esta autora señala que hay un creciente escepticismo hacia la

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capacidad de los regímenes socialistas para promover la emancipación de la mujer, apuntando que, en la experiencia soviética, el incremento de la carga de trabajo y responsabilidades para la mujer era el aspecto más notable de los cambios sociales que estaban teniendo lugar. Además del trabajo doméstico y del cuidado de los niños, las mujeres participaban de tiempo completo en el trabajo asalariado y la actividad política, en tanto que las desigualdades de género persistían. Por lo tanto, no se puede deducir que el trabajo asalariado mejora o empeora las condiciones de la mujer, mucho menos podemos inferir lo que implica para las relaciones entre los géneros. Así, en mi estudio sobre las mujeres de La Esperanza queda claro que sus experiencias personales son invaluables y sus arreglos de vida constituyen un aspecto importante que necesitamos conocer, con el ?n de poder interpretar desde este mismo marco dichas experiencias. Además, tal como mis a?rmaciones iniciales en este capítulo lo indican, las preocupaciones de las mujeres fueron, en gran medida, de carácter emocional, por lo cual también necesitamos contrastar sus experiencias materiales frente a sus emociones vividas.

En este capítulo presentaré y analizaré material relacionado con el escenario práctico y cultural de las vidas de las mujeres, un telón de fondo hasta cierto punto producido por sus propias prácticas (Appadurai 1996). Al describir sus arreglos de vida y sus experiencias como hijas, parejas, madres y abuelas, al igual que las experiencias de sus esposos, intento presentar este trasfondo para ayudarnos a comprender las circunstancias bajo las cuales el amor fue añorado y vivido, así como el grado en el que sintieron que su experiencia cooperativista pudo haber incidido en este drama. Me basaré en el material presentado en los relatos de vida de los capítulos precedentes, los relatos de las otras mujeres y los esposos, así como entrevistas y notas de campo. En este proceso, deseo desentrañar la comprensión implícita y explícita de las mujeres de La Esperanza acerca de las relaciones, derechos y obligaciones e identidades de género. No tengo la intención de aprobar o no sus relatos, sino de tomar su discurso como expresiones de lo que ellas desearon transmitir como una norma social, una conducta apropiada, o sólo “así es aquí”.

Ahora, quisiera añadir una breve nota metodológica: Mi propia experiencia de vida está re?ejada en mi trabajo de recolección y análisis del material presentado. Esto se vincula con lo que Wikan (1992) explicó como “resonancia” —un punto sobre el cual regresaré en la sección denominada Amor y género—...

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